viernes, 18 de octubre de 2013

Cada imagen cuenta una historia


Nube de gas formándose fuera de la atmósfera tras la desintegración
Algunos quizá recuerden el final de una famosa canción de hace muchos años que repetía insistentemente que cada imagen cuenta una historia. Siempre me siento impresionado y emocionado viendo fotos de naturaleza, ciencia y aviación, y las diferentes historias que cuentan algunas imágenes. Recientemente me di cuenta de que mi interpretación de las fotografías era incorrecta.

Nunca he sido un buen fotógrafo: no tengo el ojo artístico de Karen, que captura detalles de extraordinaria belleza con la misma tranquilidad y confianza con las que cose bonitos patrones a partir de materiales improvisados. Ni tengo los conocimientos técnicos de Fyodor, cuyos dedos, ahora en su cuarto viaje espacial, manejan las complejas cámaras profesionales con confianza, cambiando los parámetros casi sin mirar. Yo prefiero crear recuerdos – ligados a la emoción de avistar algo – antes que intentar mejorar una imagen a través de una lente. Hasta ahora no me había dado cuenta de que la historia más interesante está detrás de la cámara: la historia más intrigante es la menos conocida, la del fotógrafo. Os quiero contar la historia detrás de dos de mis fotos más recientes: la Aurora Boreal con las grandes ciudades, y el rastro de un misil justo unos minutos antes de un vuelo suborbital.

Luces de ciudad y aurora boreal

Luces de ciudad y auroras
Mike llegó a la estación hace sólo cuatro días y ya tiene una rutina personal que le crea una sensación de bienestar, permitiéndole contrarrestar el estrés de la vida a bordo, el cual es completamente diferente a cualquier experiencia que haya vivido hasta el momento, a pesar de su larga carrera en la Fuerza Aérea. Es sábado, y todavía es temprano, pero Mike ya lleva levantado unas horas y casi ha terminado su rutina diaria de ejercicio. Cuando entro en el Node3 le veo sonreír, y le respondo con otra sonrisa: estamos en órbita, ¡y cada día es el mejor día que jamás pudimos imaginar!

Me doy cuenta de que el módulo está bastante oscuro y aprovecho un pequeño descanso en la rutina de ejercicio de Mike para volar a la Cúpula. Las ventanas están cerradas pero fuera es de noche y no habría ninguna diferencia si estuvieran abiertas. En el monitor de un ordenador veo que vamos a cruzar la costa de Norte América y que nuestra ruta sigue la frontera entre Estados Unidos y Canadá. El terminador está cerca y decido abrir manualmente las ventanas: al igual que Pavel, nunca me cansaré de la indescriptible belleza de un amanecer orbital, y aunque ya he visto cientos, decido quedarme en la Cúpula, observando la constelación de luces humanas en la oscuridad que me recuerda la presencia del ser humano en el planeta de abajo.

Girando mi cuerpo hacia el norte, el brillo verde azulado de la Aurora Boreal hace que me pare en seco, literalmente, y decido que merece la pena compartir este espectáculo con un amigo. Llamo a Mike, que ha terminado de entrenar en el ARED y se está preparando para una sesión en nuestra cinta de correr, T2. Le pido que venga a la Cúpula y apague las luces tras de sí. Enciendo una linterna modificada con una lente roja para no perturbar nuestra visión nocturna y guío a Mike hacia la ventana del norte. Sus ojos tardan un momento en ajustarse a la repentina oscuridad. Después vislumbro su rostro sonriente cuando percibe esta fantástica vista, una sensación de asombro que puedo identificar muy bien porque nunca seré inmune a ella.

Siempre hay cámaras guardadas en la Cúpula y cojo una con una lente de 50mm con la que he tenido mayor éxito tomando fotos nocturnas. En la semi-oscuridad, ayudado sólo por la tenue luz que entra por las siete ventanas, intento programar torpemente la cámara para capturar al menos una pequeña muestra del show etéreo. Sólo una imagen me basta. El resto del espectáculo permanecerá en mi memoria mientras la tenga.

Una sorpresa inesperada

Lanzamiento de un misil visto desde el espacio
Una de las muchas tareas de un astronauta en la Estación Espacial Internacional es conocida por el acrónimo CEO o Crew Earth Observation. Un equipo de investigadores en tierra estudia las órbitas de la Estación y selecciona objetivos para fotografiar, indicando la hora del pase, las coordenadas, el tipo de foto que deberías proporcionar y toda la información que sea posible para encontrar el objetivo. Estos objetivos van desde ciudades fácilmente identificables hasta cráteres de impactos que son absolutamente indistinguibles de su entorno – todo a una distancia de aproximadamente 400km. Esta tarea es voluntaria, pero el desafío de encontrar los objetivos es un placer. Encontrar un objetivo particularmente difícil da una satisfacción que debe ser similar a la de un apasionado coleccionista adquiriendo la pieza que faltaba en su colección. Mi tripulación tiene una rutina diaria y la Expedición 36 ha excedido con creces todas las anteriores imágenes de objetivos fotografiadas y enviadas a la Tierra.

Estoy en la Cúpula otra vez preparando una cámara en una ventana que mira hacia el norte. La Estación está funcionando en horario de trabajo por lo que todas las luces están encendidas. Mi próximo objetivo CEO es la Aurora Boreal. Para evitar reflejos de las luces de la Estación, intento construir una carpa para oscurecer la zona de alrededor de la cámara. Ya he introducido todos los parámetros requeridos en la cámara, incluida la hora estimada de la aurora. Con un poco de suerte podría fotografiar la secuencia incluso sin estar físicamente presente detrás de la cámara: en ese momento estaré ocupado con otra actividad.

La puesta de sol se acerca con rapidez. La luz dorada y naranja que se refleja en los paneles solares atrae mi atención y no puedo apartar la vista hasta que mis ojos se concentran en una imagen que es extraña para la naturaleza: un humo que emerge recto y claro sobre el horizonte, acentuado por los últimos rayos de Sol. A la naturaleza no le gustan las líneas rectas, y esta inconsistencia ha guiado mi vista. Estoy viendo un lanzamiento de algo, no sé de qué y no sé dónde, pero definitivamente es un lanzamiento. No sé cuáles son las probabilidades de ver un lanzamiento de un objeto suborbital sin saber los detalles del lanzamiento con anterioridad, pero instintivamente diría que soy muy pequeñas: ¡es un caso extraordinario de estar en el lugar correcto en el momento correcto!

Karen y Mike están arriba en el Node3, y me atrevo a apartar la vista un momento para llamarlos. Ambos flotan hasta la Cúpula y compartimos el pequeño espacio para observar al objeto mientras sigue su camino a través de las capas altas de la atmósfera. Su rastro ahora está a la merced de los vientos estratosféricos que distorsionan su forma, transformándolo en una serie de segmentos que se retuercen, comenzando desde el suelo hasta alcanzar la negrura del vacío estelar. Cojo una de las cámaras esperando que la configuración automática baste para tomar buenas fotos, a pesar de que la luz del atardecer comienza a desaparecer. Sólo dejo de disparar cuando el Sol se ha ido por completo, pero no dejo de mirar. El objeto se desintegra ante nuestros ojos, y a cientos, o probablemente miles de kilómetros, vemos una nube transparente de gas blanco expandiéndose fantasmagóricamente en todas direcciones hasta que se aplana al llegar a la atmósfera. Nos preguntamos qué acabamos de presenciar, pero ni siquiera en el control de Houston lo pueden explicar.

Por la tarde descubrimos que fue un lanzamiento de prueba de un misil ruso intercontinental lanzado desde Kazajistán. Los tres nos sorprendemos por la increíble coincidencia que nos permitió observar un acontecimiento tan raro. No estamos seguros de qué pensar. Por mi parte, estoy contento de añadir otra preciosa pieza a la única verdadera colección que tengo, la única que merece la pena: mis recuerdos.

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